Esta escena, la número 61, es una de las que más me gustan.
La perra de la que te hablo, Platero, es la de Lobato, el tirador. Tú la conoces bien, porque la hemos encontrado muchas veces por el camino de los Llanos... ¿Te acuerdas? Aquella dorada y blanca, como un poniente
anubarrado de mayo... Parió cuatro perritos, y Salud, la lechera, se los llevó a
su choza de las Madres porque se le estaba muriendo un niño y don Luis le había
dicho que le diera caldo de perritos. Tú sabes bien lo que hay de la casa de
Lobato al puente de las Madres, por la pasada de las Tablas...
Platero, dicen que la perra anduvo como loca todo aquel día,
entrando y saliendo, asomándose a los caminos, encaramándose en los vallados,
oliendo a la gente... todavía a la oración la vieron, junto a la casilla del
celador, en los Hornos, aullando tristemente sobre unos sacos de carbón, contra
el ocaso.
Tú sabes bien lo que hay de la calle de Enmedio a la pasada
de las Tablas... Cuatro veces fue y vino la perra durante la noche, y cada una
se trajo a un perrito en la boca, Platero. Y al amanecer, cuando Lobato abrió
su puerta, estaba la perra en el umbral mirando dulcemente a su amo, con todos
los perritos agarrados, en torpe temblor, a sus tetillas rosadas y llenas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.