Como de costumbre mi amigo Isaac había vuelto a comprar algo que le había entretenido dos o tres semanas y, transcurrido ese tiempo, había dejado de hacerle caso. En esta ocasión se trataba de una camarita de fotos y un trípode con los cuales tenía la intención de fotografiar el proceso de adelgazamiento al que iba someterse y que, por supuesto, también abandonó.
Una tarde, después de oírme contarle por teléfono que quería salir a fotografiar la decoración navideña, él me ofreció -¿Quieres que te preste la cámara y el trípode? Los tengo todavía en el salón pero ya no los estoy usando.
-Bueno, vale- acepté sin saber entonces que el préstamo acabaría quedándose conmigo para siempre. Al día siguiente Isaac me los trajo, y claro está, comencé a toquetear la cámara hasta que me llamó la atención la opción de teñir las fotos en sepia; eso y colocar cerca unos espejos que tenía a mano, dio como resultado esta prueba de cámara que encuentro bastante interesante.
Una tarde, después de oírme contarle por teléfono que quería salir a fotografiar la decoración navideña, él me ofreció -¿Quieres que te preste la cámara y el trípode? Los tengo todavía en el salón pero ya no los estoy usando.
-Bueno, vale- acepté sin saber entonces que el préstamo acabaría quedándose conmigo para siempre. Al día siguiente Isaac me los trajo, y claro está, comencé a toquetear la cámara hasta que me llamó la atención la opción de teñir las fotos en sepia; eso y colocar cerca unos espejos que tenía a mano, dio como resultado esta prueba de cámara que encuentro bastante interesante.
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