Oficial y Caballero es un filme que a pesar de haber transcurrido más de 40 años desde que se estrenó allá por 1982, no ha caído en el olvido debido a que aún en nuestros días, y gracias a la legendaria canción Up Where We Belong incluida en su banda sonora, sigue sonando desde entonces en las radios de todo el mundo; y esto que es algo digno de agradecer, en cierto modo también se ha convertido en una maldición, ya que por culpa de ese precioso, romántico y oscarizado tema interpretado por Joe Cocker y Jennifer Warmes, y también debido a los habituales carteles promocionales que no hacen sino generar falsas expectativas y prejuicios, esta historia está catalogada erróneamente como una “película romántica”, cursi incluso, aunque para nada sea así.
Lo digo muy en serio: Oficial y Caballero no es una película de amor, es una crónica que narra la dura y cruda vida de un joven que lo ha tenido todo en contra desde pequeño y que, buscando orientación y un camino de vida, se alista en la Academia de Marina de los Estados Unidos, un lugar en que las cosas no van a ser fáciles para nadie. De hecho, el complicado día a día de los cadetes aspirantes a oficiales tiene un gran protagonismo.
Lo repito: Oficial y Caballero no es una película de amor, es una historia chunga de superación personal; un relato del proceso mental y físico que experimenta el protagonista Zack Mayo en la exigente academia comandada por un instructor sin piedad que hará morder el polvo a Mayo y sus compañeros una y otra vez.
Sí, admito que como una de las varias subtramas que tienen lugar durante la principal, hay cierta atracción entre la chica interpretada por Debra Winger y el protagonista que encarna Richard Gere; se nos muestra un intento de relación vacilante, un poco de sexo… pero nada que en algún momento llegue a convencernos de que exista algo sólido entre ellos o de que vaya a haberlo. Insisto que en que en absoluto el romance sea el tema principal.
La primera vez que vi esta película, empujada por la curiosidad me despertaba su fama, creo que tenía 20 o 21 años y un montón de falsas expectativas con respecto a ella. Estaba convencida de que era una historia al estilo de El Paciente Inglés o Los Puentes de Madison, adaptaciones de novelas al cine que me habían encantado y cautivado por completo, así que me quedé de piedra y sin suelo en los pies cuando me topé con que Oficial y Caballero no era una película de amor, sino más bien una sorprendente colección de puñetazos. Para nada me esperaba el relato que aparece. Me quedé en noqueada sin saber qué leches había visto, y sobrecogida por más de una secuencia en la tensión dramática te puede llegar a herir la sensibilidad. En concreto hay una escena (que no os quiero estropear contándola por aquí) que es verdaderamente inesperada y desgarradora.
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