Edvard Munch (1863-1944) fue el pintor noruego más
importante y uno de los artistas más fuertes y originales de su tiempo. Una
infancia trágica marcada por las enfermedades y las muertes prematuras de su
madre y de su hermana, y un padre maníaco religioso con accesos de violencia, dejó una profunda huella en su actividad artística e hizo que tuviera una
visión desolada de la vida y sufriera una angustia existencial que se
manifestó con desgarradora intensidad en sus obras. A edad avanzada, mirando en
su interior, el artista recordaba –La enfermedad, la locura, la muerte fueron
los ángeles negros que montaron guardia en mi cuna y desde entonces me han
seguido toda la vida. Aprendí en seguida... el castigo eterno que espera en el
infierno a los hijos del pecado... Cuando mi padre nos castigaba, en su
violencia podía casi alcanzar la locura-. Con estas palabras el pintor
explicaba la angustia, la desesperación y el patetismo que marcaron todos los
aspectos de su vida y su primera etapa artística.
Al principio de su carrera Munch fue ferozmente atacado por
la crítica especializada que calificó su obra de incoherentes garabatos;
entonces sus cuadros mostraban una visión inquietante y a menudo angustiosa de
la vida e indignaron a los críticos, de los cuales uno
llegó a decir que eran
un insulto para el arte, sin embargo la apasionada espontaneidad de su pintura
también conquistó a muchos y su nombre comenzó a sonar con fuerza en los
circuitos artísticos en los que entonces se movía. Pero justo cuando Munch
estaba empezando a alcanzar la fama y la riqueza en 1908, víctima de un colapso
físico y nervioso causado por el alcohol, el exceso de trabajo y las tensiones,
le obligaron a interrumpir su actividad y a pasar ocho meses en una clínica de Copenhague.
Porque, a pesar de haber consolidado su prestigio en el
mundo artístico, el pintor solía estar escaso de dinero y llevaba una vida
vagabunda y perjudicial para su salud, residiendo en míseras pensiones y
abusando de la bebida. También tenía problemas en su vida sentimental, ya que
nunca mantuvo una relación estable y miraba con desconfianza el matrimonio por
miedo a transmitir a sus posibles hijos la tuberculosis y la inestabilidad
mental de su familia.
Cuando en 1909 Edvard Munch salió de la clínica y regresó a
Noruega era un hombre distinto; siendo consciente de que los sufrimientos
habían contribuido a dar a su arte fuerza y originalidad, pero deseando
desesperadamente gozar de buena salud, decidió dar la espalda a las imágenes
obsesivas y torturadas que le habían hecho famoso y, en lugar de martirizarse
con el estudio de su mente y alma, intentó tener un espíritu más positivo y
abierto al mundo exterior. Así, con esta nueva actitud, Munch continuó
trabajando con entusiasmo hasta su muerte.
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