DE VEZ EN CUANDO UN CUADRO

Para comenzar esta publicación me gustaría contaros una anécdota que me ocurrió durante la infancia. Es el tipo de cosas que cuando te suceden lo hacen con tal naturalidad, que no se te ocurre ni por asomo que vayan a influir en un alto grado tu existencia, y tienes que hacerte mayor para darte cuenta de cómo aquel inocente suceso ha determinado tu relación con el mundo y contigo mism@. Dice así:
Si alguien me preguntara en qué momento de la vida se despertó en mí el interés por el Arte, sin duda alguna diría que a los cinco años, una mañana del otoño de 1984 cuando Celia, la profesora de mi clase de preescolar, comenzó a hablarnos sobre la que iba a ser nuestra primera visita cultural a Madrid teniendo sobre todo como protagonistas al Museo del Prado y al Reina Sofía.
Nunca podré olvidar que Celia nos contó que íbamos a ver un cuadro con un nombre que yo encontré divino: El Jardín de las Delicias, y también otros en los que salían unos bufones y unos señores borrachos; y algo sobre una mujer que se llamaba Agustina y que se puso a dar cañonazos cuando unos franceses intentaron invadir su casa (jajajajajaja). La verdad es que guardo estos recuerdos con mucho cariño. Me acuerdo de que cuando salí aquel día del colegio le fui contando a todo el mundo la cantidad de cosas que iba a ver en un sitio que se llamaba el Museo del Prado.
Días después, encantada con todo lo que había visto, estando al final de la visita en la sala central del famoso museo recreándome con el tragaluz abovedado, realicé un "pacto maldito" que a veces he pensado que me ha salido muy caro. Me dio por decir: -Algún día yo sabré un montón de cosas sobre esto (Arte).


Aunque si realmente algo me dejó fascinada por completo en aquella excursión escolar fue pasear por el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía. De verdad que me quedé maravillada con todos esos cuadros “extraños” que vimos, hasta tal punto que, al lado de las "obritas" de un tal Picasso, le dije totalmente cautivada a la profesora –Cuando sea mayor voy a hacer cuadros como éstos-. Y ella, como si acabara de escuchar la cosa más deliciosa de su vida, me preguntó con una risilla -¿¿Sí??
-Sí- le dije yo sonriendo convencida.
Creedme si os digo que si os da por hacer un pacto, juramento, promesa o algo por el estilo dentro de un museo, os quedaréis "malditos" para siempre. Conozco varias historias parecidas al respecto. Por ejemplo: Basquiat se quedó "maldito" la primera vez que vio el Guernica en el Metropolitan de Nueva York. Fue tal el impacto que le causó la visión del cuadro, que siempre le echó la culpa de haber deseado convertirse en artista a aquel momento.


El caso es que, aunque desde muy cría anduve con los dibujos y los pincelitos, considero que el momento en el que comencé a experimentar más en serio con las artes fue a los dieciséis años, cuando allá por el verano de 1995 por fin empecé a dejarme llevar por ese pseudopacto que hice a los cinco en el Reina Sofía y que me ha llevado hasta el año 2021 con no sé cuántos trabajillos realizados, ya sean murales fotográficos, dibujos, ready-mades, láminas, vídeocreaciones, proyectos pendientes…


¿Cuántos cuadros habré hecho desde los dieciséis hasta la actualidad?
Ni idea. ¿80? ¿100? La verdad es que nunca los he contado, y tras 26 años haciendo alguno que otro de tanto en tanto tampoco podría contabilizarlos dado que muchos de ellos ya no los tengo; bien porque los regalé, porque los dejé en la calle por si a alguien le apetecía llevárselos, los destruí cabreada si me parecían sumamente malos o los reciclé intentando transformar cuadros mediocres e insatisfactorios en otros mejores.


Aunque no negaré que alguna vez haya fantaseado con ello, no soy de esos pobres imbéciles ridículos, con los que varias veces me he cruzado, que se creen ARTISTAS (así con todas las letras en mayúscula y exclamándolo alegremente) por pintar un cuadro los domingos. Lo mío con el Arte solo es pura afición y de vez en cuando un pequeño desafío creativo que me ayuda tanto a entretenerme, como a comprender con más profundidad lo que los auténticos artistas hacen.
No es por frivolizar la actividad que admiro tanto en otr@s, pero yo hago esto como quien se pone a ver la tele o a dar un paseo comiéndose unas pipas.


Más o menos tengo una media establecida en la que, por cada cinco cuadros que hago, para mí uno está bien, creo que es solvente y me hace sentir satisfecha al mirarlo. Ese tipo de trabajos son los que acaban como regalo (si alguien me dice que le gusta), como elemento decorativo en casa o participando en algún certamen o exposición colectiva. En la actualidad también me he animado a ponerlos a la venta por Internet.


Para que os hagáis una idea de los cuadritos y láminas que llevo a cabo,
he realizado una selección de algunos de ellos que podéis ver a través de este enlace.

mayo 2021