Hablemos de un cuadro, de un cuadro que contiene una escena que miramos y con la que casi nos convertimos en espías de la intimidad de una mujer que se encuentra sola en la habitación de un hotel; un hotel cualquiera del que poco importa su nombre o ubicación. En la estancia la semidesnudez de la muchacha contrasta con el entorno banalmente amueblado en el que ha dejado sus cosas: sus zapatos, su sombrero, su equipaje sin deshacer... y que nos da a entender que la chica acaba de llegar y se ha puesto cómoda, pero no del todo, porque no se tumba, no reposa su cuerpo sobre la cama hecha; sentada, la fémina se dedica a estudiar un papel doblado que informa sobre el horario de los trenes.
¿A dónde va? ¿De dónde viene? ¿Se quedará mucho tiempo ahí? ¿Por qué ha de viajar? Las respuestas a estas preguntas no parecen importar al pintor de la obra: Edward Hopper, ya que él centra el interés en la soledad de la viajera que protagoniza la pintura.
Una vez publiqué una entrada titulada EL PODER DE UN CUADRO en la que se ponía de manifiesto la influencia que había ejercido la obra de Francisco de Goya Los fusilamientos del 3 de mayo sobre pintores posteriores a su tiempo. Pues bien, así como ese cuadro inspiró a otros para realizar sus propias versiones acordes a los acontecimientos de la época en la que les tocó vivir, por las portadas que podemos ver a continuación, el cuadro de Hopper Habitación de Hotel no tiene nada que envidiar a la pintura de Goya.
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